domingo, 11 de mayo de 2014

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Se le arrugaban las comisuras de los ojos cuando sonreía, al pobre (y aquello pasaba muy pocas veces). Ahí estaba él, arrugado, con camisa y pantalones cortos, buscando un beso a cambio de un puñado de fruta. Despeinado, me miraba desde el interior del ascensor, me buscaba desde el interior del ascensor para, supongo, encontrar un beso que no quería ser cambiado.
Y aquí estoy yo, comiéndome la fruta sabiéndome a nosotros, sin saber ya si esta podrida
o verde.

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